
Casos de
mayor o menor intensidad se pueden encontrar a diario. Recuerdo hace unos días,
como una usuaria de la sanidad pública se quejaba del aumento en la lista de
pacientes del médico que tenía asignado. Y no le dolían prendas, comentar a los
cuatro vientos que no le parecía normal que se atendiera a ecuatorianos,
africanos, chinos y a todo lo que pudiera salirse de su pequeñito mundo hispánico. Como no podía ser menos
terminó su alocución con un suave y condescendiente “que conste que yo no soy racista”. Después de quedarse a gusto
despachando con toda la inmigración, -achacándoles la responsabilidad de no ser
ella atendida con mayor celeridad-, pues cree que con esta expresión quedan
expiados sus pecados.
Aunque más
sonrojante es el caso de aquellos que ya de entrada dejan bien claro su posicionamiento
“yo no soy racista...” y a
continuación sueltan un “pero” que
pone los pelos de punta, porque uno intuye las sandeces que pueden salir por
esa boca. Poniéndole rostro, podemos encontrarnos con el padre o madre de
familia, que se encuentra con un yerno o nuera africanos y la primera opinión
expresada a su hij@ es “yo no soy racista, pero no quiero un negr@ en la
familia”, como si llevaran a su casa las mismas puertas del averno. Como es
posible negar lo evidente, cuando claramente, estás rechazando al alguien por
la pigmentación de su piel; que otra cosa puede ser sino racismo.
Cada día me
exaspera más escuchar esa cantinela, y más cuando provienen de tu entorno,
porque acabas enfrascado en una discusión en la que pides argumentos razonables
para sustentar una actitud intolerante hacia un determinado grupo humano, y
sólo recibes como respuestas lugares comunes y prejuicios de raíces profundas
sin esperanza d ser extirpados. Si además intentas mostrarle su error, quizás
producto del miedo y la ignorancia, acabas siendo tú el intolerante por
intentar imponer tus creencias. Tras un par de batallas dialécticas similares,
ya sea en tu entorno o en la cola de un supermercado, acabas entendiendo que
los cambios sólo pueden venir con el tiempo. En un futuro, el auge de la inmigración
traerá mestizaje y convivencia de culturas; y eso sólo puede significar que
este país y sus habitantes salgan de su caparazón y abran sus mentes.