miércoles, 26 de diciembre de 2012

"YO NO SOY RACISTA....PERO"


Quizás una de las expresiones más socorridas para un alto porcentaje de ciudadanos autóctonos de este país. Si tuvieran que contestar una encuesta que analizara el nivel de racismo y xenofobia de la sociedad, el resultado dejaría a nuestro territorio como uno de los más tolerantes del planeta. Desgraciadamente, lo único que vienen a mostrar estas palabras es la hipocresía del que la enuncia, pretendiendo huir de una imagen, aún reprobable socialmente. A este tipo de personas no les crea ningún tipo de mala conciencia ser racista, es parecerlo lo que  les preocupa.

Casos de mayor o menor intensidad se pueden encontrar a diario. Recuerdo hace unos días, como una usuaria de la sanidad pública se quejaba del aumento en la lista de pacientes del médico que tenía asignado. Y no le dolían prendas, comentar a los cuatro vientos que no le parecía normal que se atendiera a ecuatorianos, africanos, chinos y a todo lo que pudiera salirse de su pequeñito  mundo hispánico. Como no podía ser menos terminó su alocución con un suave y condescendiente “que conste que yo no soy racista”. Después de quedarse a gusto despachando con toda la inmigración, -achacándoles la responsabilidad de no ser ella atendida con mayor celeridad-, pues cree que con esta expresión quedan expiados sus pecados.

Aunque más sonrojante es el caso de aquellos que ya de entrada dejan bien claro su posicionamiento “yo no soy racista...” y a continuación sueltan un “pero” que pone los pelos de punta, porque uno intuye las sandeces que pueden salir por esa boca. Poniéndole rostro, podemos encontrarnos con el padre o madre de familia, que se encuentra con un yerno o nuera africanos y la primera opinión expresada a su hij@ es “yo no soy racista, pero no quiero un negr@ en la familia”, como si llevaran a su casa las mismas puertas del averno. Como es posible negar lo evidente, cuando claramente, estás rechazando al alguien por la pigmentación de su piel; que otra cosa puede ser sino racismo.

Cada día me exaspera más escuchar esa cantinela, y más cuando provienen de tu entorno, porque acabas enfrascado en una discusión en la que pides argumentos razonables para sustentar una actitud intolerante hacia un determinado grupo humano, y sólo recibes como respuestas lugares comunes y prejuicios de raíces profundas sin esperanza d ser extirpados. Si además intentas mostrarle su error, quizás producto del miedo y la ignorancia, acabas siendo tú el intolerante por intentar imponer tus creencias. Tras un par de batallas dialécticas similares, ya sea en tu entorno o en la cola de un supermercado, acabas entendiendo que los cambios sólo pueden venir con el tiempo. En un futuro, el auge de la inmigración traerá mestizaje y convivencia de culturas; y eso sólo puede significar que este país y sus habitantes salgan de su caparazón y abran sus mentes.

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